Supervisión profesional.
En éstos momentos llevo a cabo las siguientes actividades de supervisión:
- Supervisión individual de terapeutas.
- Supervisión en grupo.
- Supervisión de organizaciones.
Supervisión individual de terapeutas.
El propio hacer como analista/terapeuta se asienta en tres pilares fundamentales:
La formación teórica no suele ser discutida para quienes cogen la responsabilidad de situarse a escuchar el discurso del otro y su padecer, pero es a todas luces insuficiente. Me atrevo a decir sin dudarlo que es el propio análisis lo que en realidad permite acompañar a otros en el malestar.
El tercer pilar es la supervisión y se trata de un espacio esencial para poder articular la teoría y la práctica clínica en todas aquellas personas que trabajan terapéuticamente con otros (psicólogos, médicos, asistentes sociales u otros terapeutas), ya sean aquellos que empiezan a trabajar con casos y necesitan construir una práctica estructurada en pilares sólidos o para quienes que ya llevan tiempo ejerciendo y necesitan mirar con más detenimiento los atascos.
La soledad del analista es un hecho y en muchas situaciones nos vemos atrapados en encrucijadas donde por alguna razón, no sabemos cómo ubicar un caso, nos sentimos atrapados o con dificultades para posicionarnos, etc. La escucha está muy condicionada por lo propio, de manera que se hace necesario confrontar la práctica y hablar de la experiencia con otros para poder salir de los circuitos cerrados donde a veces llegamos con los pacientes.
Supervisar es someter a la mirada de un tercero los interrogantes que se presentan en esa práctica clínica, dejarse acompañar en el planteamiento de las dificultades e inquietudes que nos acompañan en la soledad de nuestra práctica y que a veces producen malestar por ser vividos en silencio.
Hablar con un otro de las dificultades obliga a revisar, reflexionar y ordenar el material, produciendo en ese trabajo nuevas comprensiones que habían pasado por alto. Ese momento de “comprender” es consecuente al primer momento de “ver” (reflexionar sobre el caso) y necesario para poder “resolver” en el sentido de producir aperturas nuevas. Y en todo éste proceso, la figura del supervisor tiene la función de ayudar a una ampliación de la escucha y la mirada sobre lo que resulta obtuso para quien lo mira de cerca.
No me gusta la palabra “supervisión” si se supone una mirada ubicada en un plano superior, tampoco el término “control” utilizado frecuentemente y al que Lacan calificaba como “siniestro”. No es por la vía de un conocimiento o una experiencia mayor que verticalmente descendería de un profesional a otro como produce sus efectos la supervisión. Tampoco se trata de un juicio sobre el “hacer bien” o “hacer mal” del terapeuta, ya que nadie sabe mejor sobre el caso que quien se sienta diariamente a escuchar al otro. Sin embargo, quien mira desde fuera tiene la ventaja de poder escuchar y ver las cosas desde otros lugares diferentes a quien está en primera línea. Es esa diferencia, esa distancia, la que puede propiciar una apertura que lleve a ampliar el rango de escucha y la mirada, para poder atisbar aquello que por estar tan cerca, se nos quedaban «fuera de campo».
La supervisión, desde mi punto de vista se da en dos niveles:
- Por un lado, se trata de construir el caso o la situación que preocupa a partir de los recortes que el terapeuta trae, contrastando la teoría con la clínica, ubicando la transferencia, el diagnóstico, los modos posibles de intervención, etc.
- Por otro lado, tal y como decía Lacan “la resistencia siempre es del analista”, de manera que también tratamos de revisar los puntos ciegos que interfieren en la escucha y en la mirada del caso.
La supervisión invididual de casos la llevo a cabo de forma presencial o a través de sesiones On-line.
Supervisión grupal.
Trabajar con personas es siempre una experiencia que se da en un cruce de caminos donde lo propio (nuestra propia historia) se entrecruza con lo ajeno. En esa coincidencia no podemos evitar, por muy asépticos que nos pretendamos, que nuestra propia historia influya en cómo percibimos y entendemos al otro. Es por eso que tenemos la responsabilidad de cuidar lo que ocurre en esa relación poniendo conciencia en lo que somos y en lo que hacemos.
El grupo es un encuadre privilegiado que nos ofrece la posibilidad de mirarnos en multitud de espejos, dejando al descubierto aquellas áreas ciegas que producen interferencias en la interacción con otros, pero al mismo tiempo, es también un lugar de enriquecimiento donde podemos aprender jugando. Un lugar donde compartir experiencias y puntos de vista que nos enriquezcan, plantearnos preguntas y cultivar la posibilidad de alejarnos para poder ver de una manera más panorámica son un buen antídoto contra el desencanto profesional y el estancamiento.
Propongo un espacio de encuentro donde personas que trabajan con personas (psicólogos/as, enfermeros/as, trabajadores/as sociales, educadores/as, etc.) puedan compartir las dificultades que viven en sus respectivos contextos. A partir de la escucha psicoanalítica y la acción psicodramática, iremos dando forma a situaciones cotidianas, poniendo al descubierto miedos y deseos, expectativas y dificultades que de una u otra forma nos condicionan a la hora de desempeñarnos. En ese compartir-nos, podremos elaborar lo que nos bloquea, aliviar aquello que nos frustra y descubrir estrategias útiles que nos permitirán posicionamientos nuevos. Nuestro objetivo es despertar la curiosidad, porque sólo cuando uno se pregunta por lo propio cabe la posibilidad de situarse de otra manera ante las mismas cosas.
Supervisión de organizaciones.
Las organizaciones son grupos, y como tales, más allá de su cometido, están afectadas por lo que les pasa a las personas. En realidad, es lo afectivo que se produce en el contexto interpersonal lo que hace que cualquier organización se atasque o funcione.
Como en cualquier familia, los grupos están movidos por envidias, celos, guerras de poder, amores, encuentros y desencuentros. Afectos que en realidad hacen eco con historias personales, que sin saberlo, se actualizan inconscientemente con la excusa del otro. En cada grupo al que pertenecemos, se nos despiertan las propias heridas, de manera que el otro será objeto de las transferencias afectivas personales que jugarán desde los subterráneos. Como la tarea de la organización siempre va a estar acompañada por los afectos de quienes la realizan, cuando estos juegan a favor son capaces de impulsar (un grupo es capaz de conseguir cosas importantes), pero cuando entran en contradicción torpedean el cometido haciendo imposible el avance.
Poder trabajar con estos afectos y ayudar a que las personas se hagan cargo de lo que vierten en el espacio común es una manera de ayudar al desatasco y dar la posibilidad de que el grupo no sea un campo de batalla, sino un lugar de crecimiento.