Psicoterapia: del síntoma a la palabra.
“Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me ha dicho que estamos hechos de historias.” Eduardo Galeano.
Historias que se pierden si no se las cuenta, que se desvanecen cuando no hay quien las escuche. Historias plagadas de palabras que quedaron a medio decir, de afectos que no pudieron ver la luz, llantos silenciosos, reproches sostenidos, desencantos, miedos, dudas, ilusiones inconfesables, pasiones secretas, esperanzas no correspondidas, dolores caducos y sacrificados sufrimientos. Conflictos con los que terminamos conviviendo o malviviendo, instalándose como pesadas cargas silenciosas que, mantenidas en el tiempo, nos llevan a la insatisfacción y al síntoma.
El síntoma nos sorprende, rompiendo nuestra cotidianidad. Por su incomodidad, lo miramos como un enemigo cuando en realidad es un aviso, una oportunidad, algo que empuja señalando de nuevo lo que nos empeñamos en no querer ver, aquello de lo que no podemos hablar. Es precisamente en esos momentos de crisis donde sentimos que algo no marcha bien, que se da la posibilidad de preguntarnos acerca de cómo vivimos. Entonces, sólo entonces, es que una puerta se abre.
Pero claro, uno llega con la idea de quitarse el síntoma de encima (de no querer saber nada de lo que en realidad dice): ”Doctor, quíteme usted este mal que me tortura… ¿no tendrá una pastillita?”. Y claro que hay pastillitas, pero sólo regular la dopamina no nos quitará la depresión, porque ésta se sostiene sobre los lugares donde el sujeto vive insatisfecho. Porque tomar únicamente ansiolíticos no resolverá la angustia en que vivimos, la que está sostenida en viejos conflictos. La psicoterapia sustituye o complementa la pastillita instalando una pregunta por el sujeto, y por eso no tiene buena prensa, porque incomoda.
En realidad, no nos engañemos, queremos quitarnos el inconveniente pero no queremos preguntarnos por cómo llegamos hasta allí, qué es lo que nos hizo desembocar a la ciénaga. Queremos dejar de sufrir, pero no preguntarnos acerca de la responsabilidad subjetiva en aquello que nos pasa.
Reclamamos a otro que nos diga lo que nos pasa… pero en realidad… ¿qué sabe el otro?… Si tenemos la mala suerte de encontrarnos con otro que nos dice lo que nos pasa (¿qué sabe el otro?), nada de la subjetividad se pondrá en juego. No se trata de decirle al otro lo que le pasa, sino de acompañarle a que se pueda hacer las preguntas que esquiva, a que se pueda asomar a los abismos a los que da la espalda, porque sólo en lo más recóndito de uno mismo están las razones que nos hacen sufrir.
La psicoterapia es una forma de hacer con el malestar de aquellos que piden ayuda en un momento de sus vidas donde algo se ha detenido. Supone un espacio donde poder hablar de lo propio, donde cada cual pueda desplegar sus propios conflictos y tomar conciencia del modo particular en que nos dificultamos la vida, y sólo desde ahí, entendiendo lo que nos atrapa, es que puede darse la posibilidad de posicionarnos en otro lugar ante las mismas cosas.
La psicoterapia es una cura por la palabra, decía Freud, porque la palabra, como don de lo humano, nos permite hacer algo con el malestar, porque aquello que se puede decir es ya algo que ha podido o puede ser elaborado.
Hablar calma, alivia, y a veces, resuelve. Porque la palabra en sí misma es un compromiso, al igual que su ausencia es una complicidad silenciosa con el sufrimiento. Hablar de lo que nos pasa es una manera de devolvernos a la encrucijada que nos detuvo, dándonos de nuevo la oportunidad de una nueva elección que nos reanude o nos mantenga en el malestar, pero ahora ya con responsabilidad sobre nuestra queja.
Esclarecer las encrucijadas en las que nos quedamos atrapados nos permite la posibilidad de poder transformar el sufrimiento en una elección, aunque esto no sea nunca sin pérdida.
Sufrimos allí donde no queremos perder, donde nos resistimos a abandonar aquello que nos atrapa, agarrándonos una y otra vez a los imposibles de siempre. Es ahí donde, por no querer perder, terminamos perdidos. Transitar el camino de asumir aquello que no puede ser implica un duelo, pero también la posibilidad de seguir adelante. Porque el dolor es inevitable, pero el padecimiento no. Es precisamente esa la diferencia que me hace volver cada día a la consulta.
Siempre hay algo en lo que podemos decidir, siempre hay un índice de elección sobre las cosas que marca la diferencia entre el sometimiento y la voluntad. Porque lo que sufrimos no es más que lo que elegimos, sin saberlo. Desde ahí, desde el hacernos responsables de nuestro malestar particular, es desde donde quizá pueda nacer una acción certera que venga a poner coto al sufrimiento ilimitado.
La psicoterapia es pues un lugar donde poder pararse para mirarse, para tomar conciencia de cómo repetimos esquemas pasados, de cómo intentamos resolver las cosas por los mismos cauces de siempre, produciéndose los mismos resultados de siempre. Para romper con ese círculo, precisamos siempre de otro, de un espejo que venga a reflejar nuestras cegueras.
Es por eso que el malestar precisa de un otro que lo escuche, que como alternativa a la repetición de la que uno trata de salir siempre por los mismos lugares y por los mismos medios, genere la posibilidad de que el sujeto se haga nuevas preguntas que convoquen nuevas respuestas.
Porque son las buenas preguntas, aquellas que no paran de inquietar para encontrar respuesta, aquellas que como la “china en el zapato”, evitan que cerremos nuevamente en falso, las que nos permiten despertar por un momento de la inercia y preguntarnos por nuestro deseo.
Es sólo en ese vértice donde el sujeto se encuentra con las preguntas que le atañen, en ese momento donde el sujeto está suspendido por la incógnita, que está dispuesto a concebir su responsabilidad en el padecimiento que le aqueja y puede darse la posibilidad de un acto que le lleve a la mejoría.
Como tuneaba un buen amigo los versos del poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al hablar”… (Gracias Javier Arenas)
Es desde ahí que me siento dichoso de poder dedicar mi vida a éste oficio de escuchar en silencio, porque ese es el silencio necesario para que otros puedan desplegar la palabra y llenarlo con historias que merecen ser escuchadas.
Psicoterapia