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Reseña: Manual de Psicoanálisis para Terapeutas

20 lecciones introductorias y una brújula translacaniana. Javier Arenas Planelles. 

Reseña realizada por Carlos García Requena. 

Cuentan que los ojos de un niño fueron capaces de señalar la desnudez que otros se empeñaban en negar por miedo a las reacciones del emperador. 

En estas pocas palabras podría resumir esta propuesta valiente donde el autor se juega la vida en cada palabra. 

No es fácil abordar lo complejo sin caer en el simplismo, pero aún menos fácil es hacer del “ladrillo” algo apasionante, por momentos divertido y chisposo, sin perder ni un ápice de rigor.  Desde la sencillez de palabra y sin caer en lo facilón, Javier consigue todo eso en un libro con swing. Tiene el don de transmitir, de “instruir deleitando”, porque quien le conoce sabe de esa pasión que lo mueve. No se puede escribir este texto si no hay pasión por lo que uno hace. Como buen alquimista del lenguaje, se sabe mover en las palabras, a las que provoca para que bailen juntas y digan de la mejor manera posible lo que de por sí es difícil de decir.  

Este libro es un viaje, donde a modo de tripulación (porque así ha sido el proceso de gestación), el capitán nos conduce a las cataratas del saber psicoanalítico, atravesando algunos parajes donde se muestra “esquivo y confuso, cambiante, pero del que algo puede decirse”. 

Se trata de una introducción singular y asequible a la teoría de Freud y Lacan, que no apela a nada sagrado ni profesa religión alguna, que intenta dar cerco a algunas cuestiones cruciales y se esmera en señalar la trampa, venga de donde venga.

Difiero del autor en dirigirla en exclusiva a los terapeutas, como reza el título, pues se trata de una obra que será de cabecera, muy útil para para estudiantes de psicoanálisis, pero también para psicoanalistas bregados que no se contentan con recitar el credo y no tienen miedo de cuestionar el saber dogmático; para aquellos que como en “Matrix”, se atreven a escoger la píldora que les saca del eterno sueño o a bailar con lobos en territorios fronterizos, aunque la verdad se pague cara. Y es que de alguna manera se trata de un libro escrito desde esa orfandad que se produce cuando ya se han caído los discursos del amo y uno se puede salir de las “iglesias” para preguntarse sin miedo. 

Leer a Lacan puede resultar complejo y pesado, por su particular estilo y la oscuridad de sus formulaciones. Sin embargo, debido a la potencia teórica y clínica que se desprende de su discurso (no todo), merece la pena intentarlo. Por eso es de agradecer que alguien haya dedicado el esfuerzo de gran parte de su vida a “traducir” y a hacer mucho más asequible lo enormemente complejo, pero, además, de una manera que te envuelve, te motiva y te divierte aún en los territorios más inhóspitos. Eso es sin duda un arte, una manera de hacer y de estar muy diferente de la rigidez del semblante.   

No va a ser difícil apreciar desde las primeras palabras que la mezcla entre el humor, la poesía, la rigurosidad y la claridad a la hora de expresar conceptos, se combinan en un equilibrado cóctel con el que el viaje se hará mucho más ligero. 

Se trata de un texto riguroso, pues ha sido escrito tras muchos años de trabajo a pie de clínica e infinitas lecturas a la letra, tras una intensa y extenuante lucha contra la bruma de la confusión, del bacalao y la chirla. Con un pequeño candil, cantimplora y zurrón, Javier es un explorador atrevido que ha pasado las noches preguntando a textos que no devolvían más que lo escrito, interlocutores mudos cargados de contradicciones. Es el resultado de un titánico trabajo de “síntesis feroz”, un destilado que sólo puede ser el fruto de un hondo entendimiento acaecido tras sostener las incógnitas hasta sus últimas consecuencias y liberar el espíritu crítico de sus ataduras. 

Las respuestas han de estar necesariamente en la clínica, a pie de discurso, donde pacientes y alumnos han ido alumbrando la bruma desde la pura experiencia, derivada de las historias de diván, con las preguntas de salón. 

Al más puro estilo freudiano, no ha tenido reparo en dejar la verdad desnuda, en cuestionarse sus errores o manifestar sus callejones sin salida. No pone paños calientes ni tapa los agujeros con respuestas “trileras», pues en su empeño de responder sin trampa y sin papagallear lo erudito, desgrana generosamente lo que en otros casos se da por sabido, pero en realidad es confuso. 

No pasa de puntillas por las preguntas comprometidas y allí donde otros lanzan la piedra y esconden la mano, el autor desafía a los abismos y se toma la molestia de desgranar e ilustrar lo confuso, porque como él dice: “¡Hubiera dado mi apéndice por un ejemplo!”. En ese sentido, es consecuente y se muestra generoso acogiendo con compromiso su propio guante para hacer puente entre la teoría y la clínica con nutridas y geniales viñetas clínicas o fílmicas donde poder identificar los elementos que finalmente compondrán “la brújula”. “El agente galante”, “El rey del sofá”, “El lobo salchicha”, “El paga-rasca” o “El bon xiquet”, entre otros, son una muestra de las generosas aportaciones clínicas que vienen a aligerar y tejer una hiladura teórica que se va entrelazando para adentrarte suavemente hasta el meollo de las cosas. Porque lo que no puede tener reflejo clínico, no tiene más interés que el de alimentar el autoerotismo gozoso de la erudición.  

Es un libro escrito desde ese lugar que sólo es posible cuando se acepta el riesgo de las críticas y uno se permite decir sin recortes. A veces puede resultar desenfadado y otras irritante, unas veces novela, otras poema, y por momentos sketch, de manera que al atravesar sus páginas te ocurre como en las películas de Tarantino, donde ningún pasaje te deja indiferente. Pero “siempre, siempre”, es un libro honesto y comprometido en el que se respira la pasión de su autor en cada rincón y cada párrafo muestra al hombre que hay detrás de las letras. Sí, “El estilo es el hombre”.

El autor no se reserva en ningún momento, ni en sus propuestas particulares ni en su  fundamentada crítica a lo oscuro. Mantiene un pulso dialéctico y a veces obsesivo con el texto de Bruce Fink, “Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano”, como muestra de la impunidad con la que el “bacalao” se infiltra de soslayo en los discursos de aquellos a los que miramos como amos del saber. Y es ahí, en el descubrimiento de que esa falta se infiltra por doquier, sin hacer distinción de sangre ni abolengo, donde el lector se puede ver aliviado y permitirse no entender sin sentirse tonto. 

La lectura crítica del texto de Fink, a modo de interlocutor, ha llevado al autor al cuestionamiento de ciertas formulaciones que pueden ser fácilmente pasadas por alto en una lectura ligera, llevando al lector primerizo a confusiones fundamentales. 

Por ejemplo, la particular caracterización de lo imaginario y lo simbólico que hace  Fink,  confundiendo churras con merinas al colocar automáticamente lo relativo a la ley, dentro del espectro de lo simbólico, olvidando el lado imaginario de la misma, tan importante en los atascos de la rivalidad y el amor con el padre imaginario y sus consecuencias (empecinado “enamodiamiento” de tantas neuras cotidianas). Lo mismo que le ocurre cuando presenta a la palabra como emblemática y privativa de lo simbólico y a las imágenes como patrimonio exclusivo de lo imaginario. ¿Acaso no hay palabras que alimentan el bucle imaginario e imágenes que están recreadas de acuerdo a un ordenamiento simbólico? No se trata de la cosa en sí misma, sino del registro en el que se inscriben, si está mediado por la falta o si apunta a la completud; si el significado está coagulado o si es una formulación lo suficientemente holgada como para que permita juego. Pasar por alto esta dimensión dual es un error de bulto, a menudo escabullido, y con consecuencias importantes para quienes aún no lo pueden distinguir. Y luego ocurre que “de aquellos polvos, estos lodos”. 

Pero no entendamos mal, no ha de haber mala intención en ello, pues es una muestra de cómo todos habitamos el territorio de la falta y de cómo el malentendido estructural forma parte de la naturaleza misma del lenguaje, llevando a la confusión a los seres hablantes. “El significante es infiel por naturaleza, presto siempre a ligar nuevas significaciones”, señala el autor en sus páginas, lo que implica entrar en las aguas de la polisemia, donde el bacalao campa a sus anchas. 

Y ya es hora de dedicarle algunas palabras a estas figuras que Javier plantea como ejes fundamentales de su particular cruzada: la denuncia y persecución del Bacalao y la Chirla, tándem de infiltrados en el corazón del discurso psicoanalítico. El Bacalao es una manera de nombrar la confusión reinante, mientras que la chirla, vendría a ser la salida tramposa que se produce a veces, cuando lejos de dar cuenta de la falta, tratamos de taparla con variados pastiches. A lo largo de sus páginas, y tras haber contrastado con minuciosidad una gran cantidad de textos de variada factura, Javier dará cuenta de muchos ejemplos donde hablando de lo mismo “lo que se dice aquí es diferente si no antitético de lo que se dice allí”, y de las salidas chirleras que a veces tomamos para no encarar con claridad que “la cosa no está clara”.

Podríamos ilustrar el asunto con esa “pregunta trampa» que lanza al respetable: ¿Qué reprimimos? ¿los deseos o las pulsiones? donde reluce prístino el bacalao, pues a menudo se utilizan indistintamente los términos cuando en realidad no son lo mismo. Lacan, partiendo de una cierta ambigüedad  freudiana,  hará todo un esfuerzo en distinguirlos y formalizar su diferencia, cosa que tiene una enorme implicación clínica, porque permitirá nada menos que poder diferenciar la clínica del deseo (clínica de la falta, del deseo inconsciente, la represión y el retorno de lo reprimido, el síntoma y la división del sujeto), de esa otra clínica bizarra y fronteriza que tantos nombres ha recibido y que Javier propone llamarla clínica de la pulsión (aquella donde debido a una precariedad simbólica, algo del goce queda por fuera, desarticulado de cualquier código que lo amarre, abocando al sujeto a una existencia que lo arrasa de forma sórdida y lo pone “al pie de los caballos” pulsionales). 

Como valiente aventurero y buscador en lo oscuro, Javier nos da la oportunidad de adentrarnos en un terreno extraño y bastante siniestro del que poco se habla y Fink esquiva. Dedica dos capítulos a desbrozar esta Clínica de la pulsión, que se corresponde con todo ese espectro que queda por fuera del insuficiente trípode diagnóstico lacaniano, y que acoge en su seno patologías de corte aparentemente dispar. Lo border-line o las patologías del límite, desubicadas en el espectro estructural, coinciden con las enigmáticas Neurosis Actuales freudianas, revelando que se trata de aquellos cuadros que, más allá de la disparidad de presentación, comparten una naturaleza somático pulsional, y una cierta precariedad simbólica que deja al sujeto de alguna manera “borrado” ante el empuje de lo pulsional. Sin posibilidad de dar a estos empujes (ecos del decir del Otro en el cuerpo), otra ruta menos “directa” para cursar o descargarse, lo harán a quemarropa, de forma muda pero terrible, abocando al sujeto al desfiladero de la angustia (encarnada en la clínica del pánico, los trastornos de estrés postraumático, la agorafobia y la hipocondría), o a las tortuosas quejas del cuerpo (por la vía del dolor en la fibromialgia y de la lesión en el fenómeno psicosomático) o a las impulsiones desesperadas (ya sea el empuje a la autolesión, los atracones bulímicos, las privaciones salvajes de la anorexia o el abismo sin fondo de las adicciones). 

Es muy de agradecer el esfuerzo que hace el autor a la hora de intentar dar coherencia y sentido al bacalao del espectro nosológico durante toda la obra, pero especialmente en el terreno de esta clínica bizarra que acoge a los incomprendidos e indocumentados. Al ser una obra introductoria no profundiza en los cuadros, pero sí deja balizados trazos esenciales que serán puntos cardinales de naturaleza estructural, con los que sin duda podremos orientarnos en la selva clínica sin disparar al bulto.

Otra de las revisiones importantes que Javier lleva a cabo en esta obra es en relación a la controvertida cuestión del masoquismo. A través del concepto de Pulsión de Muerte, Freud trata de dar cuenta de una serie de fenómenos que parecen ir Más allá del principio del placer. Sin embargo, esto va a despertar la crítica de sus colegas, manifiestamente por parte de Wilhem Reich, quien rechaza de pleno la posibilidad de que exista ese impulso que lleva al hombre a la destrucción y plantea que el masoquismo no es una búsqueda de placer a través del sufrimiento, sino una reacción defensiva para evitar un displacer mayor, real o fantaseado. Tendrá que venir Lacan a hablar del “goce”, concepto también controvertido pero que viene a dar cuenta de cómo en el corazón de la cosa late un empuje regresivo donde el sujeto, en su intento por alcanzar la completud, vive penosamente en el pozo. Javier dará una vuelta de tuerca más a la cuestión, planteando el término “masamoquismo”, un neologismo genial que condensa y subraya la necesidad de amo que habita en las cavernas del goce y a la que el sujeto rinde secreto culto.

Esta revuelta que caracteriza al masoquismo, donde el sujeto se rehoga en su pozo, puede explicarse por un plegado a esa posición fusional donde el sujeto se ofrece en “sacrificio” como objeto para el amo, un objeto que lo completa y se vuelve imprescindible, sosteniendo al Otro en el pedestal fálico, aunque eso signifique arrodillarse perpetuamente. Goce en estado puro.

Esta va a ser una cuestión importante en la clínica, donde vamos a observar las distintas posiciones que tendrá el sujeto para sostener a ese Otro fálico, pues es el encuentro con la falta del Otro lo que resulta inadmisible. El objetivo del análisis no será otro que el de ayudar al sujeto a desanudarse de su pasión por el amo para subjetivarse, es decir, hacerse cargo de sí mismo y de su propio deseo. Eso sí, al precio de una renuncia. 

Y hablando de falos, es necesario reseñar la formulación que hace el autor sobre el padre fálico, término relativo al padre del segundo tiempo edípico que, con ese nombre, no figura en la literatura. Sí aparece como padre de la potencia o padre imaginario, pero no con el apellido “fálico”, que parece el más plausible, porque si dijimos que el falo circulaba en los distintos tiempos de la contienda edípica y planteamos el primer tiempo como el de la madre fálica, ¿por qué no simplificar y dejar constancia, ya desde el nombre, del desplazamiento acontecido a lo fálico de una figura a la otra? 

Una cuestión que para mí es fundamental desde el punto de vista clínico, es el concepto de resonancia significante. Si algo caracteriza al psicoanálisis es un tipo de presencia y de escucha particular, que, junto con la asociación libre en la que el paciente arriesga su subjetividad sin filtro, forman la pareja de baile perfecta.  

Javier, rescatando viejas lecturas y con el ánimo de mostrarnos la esencia del concepto de resonancia, nos trae un fragmento de preciosa factura: “Cuando tocamos la nota kung o la shang en un laúd, son respondidas por las notas kung y shang de otros instrumentos de cuerda. Suenan por sí mismas porque cuando dos chi” son similares, coalescen.” No se puede expresar mejor. S1 y S2 resuenan y en ese espacio intervalar aparece la verdad inconsciente, pura magia significante. 

El inconsciente no se encuentra en simas profundas sino “a flor de frase”, pero tiene la costumbre de no generar algarabía y jugar al escondite. En su desdichado exilio, vagabundea presto a ligarse allí donde tiene oportunidad y sólo sale de su indigencia cuando son tocadas las teclas adecuadas que, como decía Freud, “hacen tañer el instrumento anímico”. 

El autor nos plantea que frente a la vía del razonamiento, que agota sus recursos con facilidad porque la verdad inconsciente no juega con esa lógica, tendríamos la vía del resonamiento, donde una vez que el analista puede desembarazarse del esforzado empeño por entender, quedará libre para dejarse impresionar por esos significantes amo que de incógnito transitan el discurso, señalando con su alargada sombra la presencia de un goce huidizo al que sólo sorprenderemos in fragantti si podemos prestar escucha afinada a las formas en que se presenta su silencioso pero mortífero deslizamiento. Las palabras están cargadas y prestas a dispararse, diciendo siempre más de lo que pretenden y sorprendiendo a traición allí donde el sujeto se empeña en darles la espalda. Si podemos escuchar y pulsar esas cuerdas, las notas exiliadas suenan de nuevo y la caja de Pandora puede abrirse. 

Tras hablarnos de conceptos esenciales sobre los que se sostiene el psicoanálisis (narcisismo, Edipo, superyó y culpa, lenguaje, síntoma, angustia y otros muchos), que serán fundamentales para entender qué viene después, Javier dedica la segunda parte de su libro a plantear la esencia de las estructuras clínicas o mejor, estructuras de la subjetividad, que condicionan la manera de vivir y de enfermar de los sujetos. 

Este manual es un libro que se deja utilizar como consultorio habitual o libro de cabecera, pero que guarda su esencia en una lectura de largo recorrido porque en ella se van cocinando los conceptos y enlazando unos con otros, construyendo un encadenado esencial que, como el hilo de Ariadna, supone una guía en el laberinto.  

“La ropa hace al hombre, y cuanto menos hombre hay, más ropa hace falta”. Con esta mención a Spider inaugura Javier los capítulos sobre la psicosis. Y no se me ocurre otra metáfora mejor para poder explicar el corazón de la misma, donde la ausencia de recursos simbólicos deja al sujeto indefenso ante el agujero de la vida, teniendo que echar mano de los recursos de naturaleza imaginaria como único ropaje posible para cubrirse ante lo insostenible y no caer por los sumideros del lenguaje.

En su aportación a la psicosis, Javier plantea un recorrido sin desperdicio, que permite ir entendiendo este mecanismo esencial que opera en la estructura y que explica sus manifestaciones, para, finalmente, tratar de diferenciar sus distintas presentaciones clínicas. 

Frente a un sistema que se empeña en negar la palabra al loco y tirar de farmacología para ahogar sus manifestaciones, es necesario entender que hay una lógica en la locura y tras esa apariencia destartalada hay una subjetividad palpitante que, a pesar de su rareza, tiene un sentido riguroso que trata de expresarse y de buscar salida al malestar para no deshilacharse, aunque sea “por fuera” del sentido al uso. Si muchos clínicos de la psicología y la psiquiatría pudieran asomarse por un momento con la mente abierta a las cuestiones que se plantean en estas páginas, quizás habría oportunidad de dar un giro en la escucha y no dar la espalda a lo extraño, sin sofocar su emergencia tras la empalizada del fármaco que ahoga lo subjetivo

Los 4 capítulos que Javier dedica a las neurosis son condensados esenciales donde no faltan ni sobran elementos teóricos y clínicos, ilustrados magistralmente y sin ambages. Con el cometido de dar cuenta del posicionamiento subjetivo en la histeria y la neurosis obsesiva, el autor despliega lo que las reúne y las diferencia, desgranando con paciencia aquellos tópicos que muchos cacatúan sin parar, pero pocos se molestan en explicar con claridad y sin rodeos. Desde los orígenes históricos, los distintos avatares que han sufrido los conceptos en su desarrollo, el mecanismo de defensa que las reúne, el diagnóstico diferencial, la consistencia de los fantasmas, o las preguntas fundamentales, Javier va desplegando paso a paso, como puño con guante de seda y con ágil verbo, las cuestiones esenciales de estas subjetividades que responden a la “defensa de las consecuencias sexuales del amor al padre”.

Hablar del fantasma, es hablar también del pequeño y enigmático objeto a, sobre el que pesan demasiados significados, por lo que el autor propone hablar de “a” para referirse al semejante y @ para referirse al vacío o hueco en la estructura que es causa de deseo

Así pues, @ no es un objeto al uso, sino la representación o inscripción en el psiquismo de una falta resultado de una pérdida (castración), y ese vacío (causa) genera un empuje (pulsión) que circula por la estructura (el inconsciente) buscando satisfacerse, por lo que no nos queda otra que dar paso a ese objeto que promete colmar, pero siempre decepciona. 

Se trata del falo, que como objeto significante que representa imaginariamente la completud, será buscado insistentemente para tratar de cubrir siempre sin éxito ese agujero negro que es @.

Es esa coyuntura entre objeto @ y falo, que Fink imbrica y menta sin diferencias ni transición, la que Javier se afana en deslindar y distinguir, regalándonos un nuevo neologismo psicoanalítico, el farrobo, una formulación poco convencional pero altamente ilustrativa que clarifica la relación entre el objeto @ y el falo, colocando al primero como causa de deseo y al falo como el objeto de turno que cada vez vendrá a rondar el agujero pretendiendo imaginariamente hacer de tapón. Y así nos pasamos la vida, empujados por el agujero y persiguiendo la vana ilusión de completarlo. Pero la cosa no es tapar agujeros, sino aprender a convivir con ellos.

En este sentido, Javier nos señala durante toda su obra, que el valor de los tres registros propuestos por Lacan (RSI), no se queda en su dimensión teórica sino que detenta un valor brujular en la escucha y en la intervención. Más allá de las variadas formas de presentación, será necesario identificar y distinguir cómo se disponen y presentan los elementos del juego que, como partida de ajedrez, tendrá una apertura o entrevistas preliminares, un juego medio y un desenlace. Desde una escucha que atenderá a cómo cada sujeto ha podido ir integrando lo Real de su existencia histórica en clave imaginaria o simbólica, el planteamiento en la intervención pasa por introducir el límite y su valor allí donde reinan empeños que enferman. Ayudar al sujeto a poder discriminar, separar lo diferente y despegar lo que permanece amalgamado produciendo confusión, le ayudará a ubicarse y a poder tomar el timón de lo propio, pasando de ese lugar pretendido de objeto del otro a sujeto de propio deseo. Separarse, soltar, poner en jaque los aferramientos al ideal y los espejismos fálicos, cuestionar las certezas inamovibles, desplegar los nuevos sentidos frente a lo coagulado, habilitar el espacio de lo parcial, lo fragmentario, la diferencia, la contradicción y la incertidumbre, es de alguna manera el camino para poder acceder a la cutre realidad de nuestra condición castrada y no morir en el intento. Por la boca muere, pero también vive el pez. 

Como broche de oro al titánico trabajo, Javier nos regala generosamente algo de su quehacer clínico en el capítulo más íntimo y particular dedicado a “la Brújula”, una herramienta fundamental que pretende facilitar el poder orientarse a través del “bacalao” con el que lo clínico se presenta en su enmarañada apariencia. 

“La brújula” es un ECRO que bebe de categorías freudo-lacanianas resignificadas con un sesgo particular y una jerga propia como mapa teórico y práctico de enorme valor y originalidad, con la decidida intención de resultar operativa y convertirse en manual de orientación para aventureros

A través de un variado abanico de viñetas clínicas, nos muestra cómo identificar los elementos en juego en sus distintos momentos y presentaciones, las coordenadas para poder navegar en lo variable de la fenomenología sin perder el norte estructural. Esta escucha afinada de cómo se presentan las 4 cartas esenciales en cada jugada, nos brinda la oportunidad de intervenir de forma orientada, sin disparar a destajo, sino bailando con buen paso y en los momentos precisos, en una suerte de improvisación resonante para la que “no hay recetas ni fórmulas estandarizadas, sino puro jamming”.

Pero no nos engañemos, no siempre haces bingo, ni siquiera línea.

Finaliza su libro con un hermoso canto a una fecunda amistad que trajo el regalo de una producción original y enjundiosa, el análisis estructural de los sueños y la progresión onírica. Sin duda una joyita para aquellos que quieran asomarse al maravilloso mundo de los sueños desde una perspectiva novedosa.

Y hablando de finales, ¡es hora de terminar! 

“El fin de un libro es como el final de un  viaje, que comienza con ilusión e incertidumbre y termina con melancolía” apostilla Javier. Y así acabo yo. 

Pero como no quiero ser canalla, no puedo cerrar esta reseña sin hablar de lo que para mí ha supuesto el proceso de gestación de esta criatura que de alguna forma siento mía. 

Leer las páginas de este libro ha sido como pasear por esa casa que me vio crecer. En cada rincón he respirado aromas familiares que, por cercanos, no me resultaron nuevos, pero que, mirando atrás, me hacen caer en la cuenta de lo enormemente valiosos que han sido para mí, de cara al desarrollo de la mirada y la escucha que hoy me acompañan en mi práctica y en mi vida. 

Tengo suerte, es cierto. Javier es una persona importante en mi vida. Como maestro, me enseñó a leer sin pleitesía; a cuestionar los discursos del amo, vengan de donde vengan; a mirar de frente a la verdad, que siempre es agrietada; y a permanecer en el abismo de las preguntas incómodas sin obturarlas con respuestas tramposas. Aprendí a cuestionar y a cuestionarme, señalando la desnudez que a todos nos concierne más allá de los blasones, lo cual implica asomarme a una dolorosa pero fértil orfandad que solo empieza cuando desaparecen los caminos, donde los mapas no bastan y no queda otra que la brújula. 

Aún recuerdo mis primeros pasos, donde el alumno-escriba recogía cada una de las palabras del maestro como tesoros, para investigarlas y extraer algo de su néctar. Muchas horas de candil, grabadora y transcripción, ahora lo veo, fueron las que me adentraron en este mundo apasionante del psicoanálisis y lograron estimular una curiosidad siempre despierta que sirvió de motor para iluminar humildemente los oscuros senderos de un conocimiento que hoy sigue siendo una insondable incógnita. Sin embargo, fue bien plantada la semilla, y la pasión brotó, como indefectiblemente brota lo verde en primavera. 

Quizás sea este el momento de agradecer lo que no pude hacer en su momento. 

Ahora ya no soy el alumno, encontré mi propio swing, aquel que me permite disfrutar en cada escucha como si fuese una obra y abocarme al vértigo de cada acto; pude acomodar el paso al ritmo que me permite trabajar liberado de ciertas ataduras y códigos que, como zapatos justos, aprietan hasta hacer daño.  

Pasión y swing nos unieron y lo siguen haciendo, ya no como padre e hijo psicoanalíticos, sino cómo colegas y amigos que comparten la dicha y la desdicha de la vida. Ahora nos miramos a los ojos y compartimos esa amistad sincera que no huye de los abrazos y habla sin temor a la pérdida. Muchas son las noches a la vera del “palomo”, las risas y las intimidades, ¡incluso los sustos!; muchas las reuniones mensuales de los jueves donde compartir la clínica con ojos emocionados, desvelando la hermosura de las palabras y agradeciendo con cada copa la dicha de dedicarnos a un oficio tan hermoso y emocionante como es el de escuchante.

Gracias Javier, por escribir este libro y contribuir a la inscripción en mí de esta pasión inusitada.

                                                                                   Carlos García / Diciembre 2020

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