Derivas del inconsciente.
Por Carlos García…
Cuando algo ocurre reiteradamente, no es casualidad… (en realidad, yo creo que ni tan siquiera cuando ocurre por primera vez). Para los que habitamos éste espacio de escucha al inconsciente y sostenemos esa función que consiste en señalar lo que se muestra allí donde por un momento emerge la sorpresa, creemos empecinadamente en que nos iría mejor a todos si pudiésemos escuchar y confiar en aquello que trata de abrirse camino a voces a la mínima oportunidad.
El caso es que ésta mañana me levanté temprano para sacar a pasear al perro. Ataviado con correa y legañas, me encontré en medio de la calle con una sensación un tanto extraña… ¿Dónde está el perro? Si hubiese sido la primera vez, quizás atribuiría esto engañosamente a que en ocasiones tengo la atención puesta en otras cosas, pero ¿por qué no se me olvidan esas otras cosas y ésta lo hace reiteradamente? Yo no puedo mirar para otro lado, pues aunque estoy tentado, no sería ético…
El otro día le pedí a la frutera un kilo de manzanas, y ella, que andaba en sus cosas, me puso un kilo de peras. Podría haberle dicho que se había equivocado, pero confié en el deseo de la mujer, que por cierto fue acertado en su elección. De eso se trata, de poder seguir el camino que de vez en cuando hace brecha en los discursos ya manidos, de poder preguntarse por esas emergencias inesperadas que dicen algo de nosotros.
El olvido de ésta mañana me hizo pensar en que a pesar de que quiero mucho a mi perrita, el amor coexiste con otro impulso que queda en la sombra y que en cierta manera tiene un fondo histórico. Me ha hecho pensar en que éste penoso tropiezo tiene algo de razón… Aunque me resulte triste admitirlo, tener perro no fue de mi elección, pero ya sabemos que a veces terminamos cargando con los deseos de otros.
Recuerdo que mi padre dijo una vez que en su casa no quería perros y terminó cargando con varias de nuestras queridas mascotas a lo largo del tiempo. Quizás también se vería más de una vez en medio de la calle, con la correa en la mano y sorprendido por el absurdo…
A mí ya no me queda otra que cumplir con mi deseo de cuidar a mi pequeña Luca, porque en realidad fue mi deseo dar gusto a otros. Es cierto que entre ella y yo se forjó desde siempre un vínculo muy especial. A veces nos sentamos en un banco y nos miramos, y entonces pone esa cara de boba que en realidad me lleva a cuestionar muchas de las cosas a las que doy importancia…
Cuando volví a casa esta mañana para parchear el olvido, sentí en su mirada un aire de reproche, ¡y con razón!… Pero le duró poco, como a quienes tienen el corazón limpio. Sentados en el banco de siempre, ella se fue acercando de a poco para terminar apoyando su cabecita en mi pierna en un gesto de ese cariño incondicional que a uno le derrite los huesos.
Inconsciente.
Precioso