Adicciones

El psicodrama y el tratamiento de las adicciones

El psicodrama en el tratamiento de las adicciones.

Carlos García Requena. Enfermero y psicólogo. Psicodramatista. Formado en psicoterapia Gestalt y técnicas grupales, análisis bioenergético y psicoanálisis. Especialista universitario en tratamiento y prevención de las conductas adictivas.

Muchas son las herramientas que pueden utilizarse a la hora de abordar al paciente y favorecer una toma de conciencia que le facilite un posicionamiento más sano en relación a sí mismo y a cuanto le rodea. De entre todas éstas formas de abordaje, hoy hablaré del psicodrama y sus bondades en relación al tratamiento de los pacientes adictos.
Como punto de partida, pensemos que un individuo que padece una adicción no sólo está enfermo por su relación con la sustancia, sino que padece en versión genérica, una forma enferma de relacionarse con los objetos que le rodean, a los que queda vinculado de forma dependiente y pegadiza. El adicto está metido en un mundo que trata de mantener invariable porque no soporta la dificultad cotidiana (por eso se anestesia); desempeña un rol fijo y rígido (el rol del consumidor) que reproduce constantemente como medida de control del ambiente. Con esa carta del consumo trata de manejarse en el juego de la vida pero, claro está, resulta una baza insuficiente.
Esa pegazón al sistema de funcionamiento adictivo, con sus creencias, sus valores, sus formas de ver y sentir las cosas, así como sus modelos de respuesta ante lo que le sucede, resulta una especie de parapeto ante la vida. Tras ese intento de congelación se condensan multitud de miedos, inseguridades y dificultades que se hacen aparentes a nada que el sujeto deja de consumir. Es por eso mismo que a la hora de abordar el mundo interno de los pacientes, aparecen tan elevadas resistencias y dificultades.
El psicodrama es una técnica psicoterapéutica que se basa en el juego y la representación como manera de acceder al mundo interno de los sujetos. Combina la acción y la palabra, el cuerpo y el discurso, y los entrelaza en una escena cotidiana a partir de cuya representación, podemos asomarnos a lo que nos pasa como individuos. Porque no olvidemos que el consumo se asienta sobre una base psíquica que es precisamente la que está enferma.
Jugando vamos entrando suavemente en el núcleo del conflicto, porque empezamos en un “como sí”, pero invariablemente terminamos reviviendo enteramente aquello que nos pasa. En ese terreno intermedio que es el juego, nos podemos permitir lo que no nos permitimos en la realidad, nos damos el permiso de jugar roles que quedan siempre en la sombra, y ya sabemos que aquello de nuestras vidas que no nos podemos permitir, termina por rebelarse en forma de síntoma. En la medida que podemos sacar a la luz nuestros propios personajes olvidados (aspectos de uno mismo que habiendo sido desoídos por la conciencia siguen insistiendo para ser escuchados), algo de lo que no se quiere saber queda recuperado, y aún siendo conflictivo, cabe entonces la posibilidad de poder terminar integrándolo de otra manera en la realidad y de jugarlo entonces sin tanta violencia.
Las personas repetimos porque aprendimos ciertas formas de afrontar lo que nos pasa, y habiendo sido más o menos oportunas en un pasado, insistimos en ese mismo patrón de respuesta buscando de nuevo un bienestar. Sin embargo, los antiguos patrones, pueden no servirnos ya. Si no aprendemos nuevas formas de respuesta, nuestra adaptación será deficiente, cosa que le pasa al adicto al tratar de responder siempre con el consumo a situaciones que requieren otro tipo de posicionamiento.
El psicodrama permite el ensayo de conductas, la puesta en juego de otras maneras de hacer, de decir y de posicionarse ante las mismas situaciones. El juego supone un espacio de pruebas donde poder ensayar, equivocarse y acertar, donde poder aprender nuevas posibilidades de afrontamiento de aquello que nos produce malestar una y otra vez. Porque no nos olvidemos de que la cuestión es poderse colocar de forma diferente ante lo mismo, poder llevar de otra manera las cosas que nos pasan. Si esto ocurre, la sustancia o la conducta problema dejan de tener tanto sentido.
El psicodrama nos permite volver a construir realidades. Cada cual archivó las cosas a su manera y a partir de ahí, creyó firmemente en ello porque le convenía hacerlo así. A veces, las cosas no son como uno las ve y poder contrastar con la mirada de otros ayuda a mover ligeramente las rigideces aportando al sistema psíquico ciertos grados de flexibilidad. Jugar a ser otros personajes y vivir lo que ellos pudieron vivir ayuda también a ir creando holguras psíquicas y facilita la toma de conciencia que tanto cuesta en ocasiones: darse cuenta de cómo la conducta propia afecta a los demás. En la medida que el adicto puede contemplar más allá del sistema cerrado en el que estaba instalado, éste puede irse jaqueando, cuestionando y sustituyendo por versiones alternativas.
Si preguntamos al adicto ¿Cómo es que consumes? La respuesta será casi siempre la misma: No lo sé. La anestesia y el tiempo han ido alejando de la conciencia las causas de su malestar. Las raíces de lo que le pasa se pierden soterradas en su historia, porque son tantas cosas a la vez, que uno no sabría cómo ni por donde empezar. Además… ¿qué es lo importante y qué lo accesorio? La duda aumenta más aún si lo originario se ha ido contaminando con malestar añadido por el consumo. Entonces, ¿Cómo despejar toda esa maraña?
Sabemos que lo que le pasa al individuo va más allá del consumo; sabemos también que repetimos constantemente (la adicción es el máximo exponente de la repetición) y que reaccionamos de determinadas maneras que nos resultan incomprensibles ante hechos aparentemente nimios, lo que nos lleva a pensar que algo del pasado se juega en el presente; pensamos también que en la medida que lo inconsciente se puede hacer consciente, deja de jugar desde la sombra, y aunque vuelva a producir conflicto al revivirlo, al menos brinda la posibilidad de hacer algo con ello. Por otro lado, sabemos que el adicto tiene dificultades para abordar sus conflictos (por eso se anestesia con su conducta, sea cual sea), de manera que el juego puede ayudar a entrar en ellos sin despertar demasiadas defensas. Con todo esto, el psicodrama propone ir a lo concreto, a la representación de escenas cotidianas que aún careciendo en apariencia de importancia, condensan y representan los rudimentos de lo que nos pasa; ya sabemos que “una gota conoce todos los secretos del mar”.
En la sesión, alguien cuenta lo que le pasa, y lo hace de forma más o menos vaga, con la perplejidad de no saber. Sin embargo, sabe más de lo que dice. Sólo hay que ayudar a que aquello que lleva inscrito en el cuerpo pueda emerger a la conciencia.
En la medida que vamos desplegando en lo concreto las cosas que nos pasan, la nube de malestar deja de ser nube para ir tomando forma. La confusión pasa a tener sentido y allí donde había un “no sé”, se empieza a dibujar el mapa del malestar del sujeto, los puntos en los que queda anclado o las situaciones típicas ante las que se dispara.
El sujeto, en el desplegamiento de su historia, va contando detalles, añadiendo sucesos, introduciendo palabras, esbozando personajes y aportando color emocional al narrar su propia vivencia. Poco a poco va emergiendo, borrosa en unas ocasiones y nítida en otras, una escena donde lo que cuenta queda retratado. No se trata de escenas traumáticas (que en ocasiones también), sino de escenas cotidianas que se presentan como hechos sin importancia, pero que sabemos, condensan la problemática de lo que le ocurre.
La cosa no queda en la palabra, y es en ese paso a la acción que supone la representación de dicha escena, es donde empiezan a suceder cosas. No es lo mismo decir que hacer, como no es lo mismo contar que revivir. El sujeto elige los personajes que le acompañarán en la representación de aquello que cuenta, y los elige por alguna semejanza con los personajes originales. Describe lo sucedido, poniendo detalles al lugar donde ocurrió, poniendo palabras a los personajes que participaron, etc. En definitiva, se va creando el ambiente propicio para que el protagonista pueda profundizar y revivir en lo posible la misma escena.
Una vez que todo se ha preparado, empieza la acción, y es allí donde empiezan a ocurrir cosas que se escapan al control de la palabra. Alguien hace algo que no fue como en realidad sucedió, otro “alguien” dice algo que llama la atención de un protagonista que en al actuar ya no controla tanto lo que dice y muestra retales de su inconsciente a través de las rendijas de sus actos. El dinamismo de la dramatización embarga a los presentes y va dejando a cada paso sorpresas que facilitan un mejor entendimiento de lo que el sujeto relata. Además, la misma acción va ayudando a emerger aquellos afectos que habían estado inhibidos, que se descargan y desinhiben, mostrándose en todo su esplendor. Al ser jugando y representar la escena en un “como sí”, el sujeto no detiene ante la sorpresa de lo que sucede sino que alimenta el juego y lo exagera. Todo corre, imparable hacia un desenlace incierto. Los personajes auxiliares también reviven cosas propias, por lo que se crea un crisol casi mágico donde los afectos bullen con fuerza entrelazados. Una vez que la escena ha discurrido, pasamos a recoger lo sucedido. Todos quedan “tocados” por palabras, hechos, actitudes, movimientos y gestos, que sin saber por qué, impactaron en su conciencia.
La representación permite cambiar los roles desde los que contemplarla y vivir lo que pudieron sentir otros personajes, ensayar conductas nuevas, decir lo que no fue dicho, entender por qué no se dijo, “descargar” las emociones “congeladas” y muchas otras posibilidades orientadas a facilitar la aparición de nuevas conciencias y a la integración de aquellas partes de uno mismo que por inhibidas, terminan creando problemas.
Una vez finalizada la escena, es tiempo de recoger la cosecha e integrar lo sucedido. De vuelta al círculo, el grupo despliega los ecos que la escena produjo, y en el comentario de cada uno de los participantes va apareciendo un hilo que viene a completar lo sucedido, a aportar nuevas miradas e información. El grupo es como una habitación de espejos donde el resto de integrantes devuelve imágenes que pueden completar la visión que uno tiene de sí mismo y de la situación revivida. El protagonista de la escena queda tocado por una nueva visión de lo acontecido que le obligará a reconsiderar desde otro lugar su realidad cotidiana. Lo vivido, lo sentido y lo escuchado ya no permitirán cerrar con comodidad el círculo de repetición en el que vive inmerso el adicto. Con el tiempo, las conciencias revividas y la reflexión irán haciendo su trabajo, produciendo cierta incomodez que le empuje a valorar la posibilidad de escoger otros caminos.
Por todas éstas razones, pero sobre todo por que reconocemos el potencial del juego para cambiar la realidad de los sujetos es porque contemplamos el psicodrama como una técnica de enorme potencial y validez en el abordaje de sujetos que sufren inmersos en sus propias redes adictivas.

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