El tratamiento en adicciones.
Por Carlos García Requena.
Las adicciones son procesos de enorme complejidad, por lo que el tratamiento de las mismas nunca puede ser simple. Se trata de procesos de enfermedad que tienden sus raíces en torno a la historia de cada sujeto y van tejiéndose de manera íntima con el cuerpo, con las maneras de pensar, de sentir y de actuar de cada individuo.
Pensar que el proceso de recuperación de un sujeto adicto se basa únicamente en eliminar la sustancia es quedarse muy corto. El sujeto sujetado a las drogas padece de algo más que un enganche a la sustancia: está enfermo en la forma de vincularse (con la sustancia por un lado, pero también con el resto de objetos y personas que le rodean). Es esa forma pegadiza y obsesiva de la relación con el otro la que está enferma, y en consecuencia, la que hay que tratar. Cuando los esfuerzos se centran únicamente en el abandono de la sustancia se producen procesos de recuperación superficiales y vacíos en los que lo único que ha cambiado es que el sujeto ha dejado de consumir, pero sigue fundamentando su vida en torno a ciertos valores adictivos que tarde o temprano siguen su curso hacia una nueva recaída.
Hablamos entonces de la necesidad de un cambio profundo en los cimientos del sujeto, el apuntalamiento de un sistema que sufre de cierta aluminosis psíquica, que cojea porque no ha podido construirse sobre unas bases que permitan cierta estabilidad.
El tratamiento de las adicciones es en cierta manera una pedagogía del límite, un trabajo que implica ir instalando en el sujeto la abstinencia como decisión propia, la conciencia del límite como algo necesario para la vida, la renuncia al goce supremo del consumo como paso a una vida de goces con las pequeñas cosas.
Pero no solo eso, el tratamiento de la adicción supone un viaje en el conocimiento de uno mismo, un reconquistar parcelas antes entregadas a la sustancia y un aprendizaje emocional que posibilita el resistir cada vez mejor los envites de una vida impredecible. Se trata entonces, de devolver al sujeto la posibilidad de ser sujeto de sí mismo, de tomar sus propias decisiones sin estar mediado por sustancias que hacen de amo y señor, esclavizando la propia existencia.
Más allá del primer paso quae supone alcanzar la abstinencia, se requiere de un proceso de reestructuración que involucre al individuo en su totalidad y abarque múltiples aspectos: normalizar hábitos, desarrollar formas de gratificarse alternativas al consumo, recuperar la capacidad para trabajar y ocuparse, reinstalar normas de funcionamiento social, adquirir responsabilidades sobre sí mismo, madurar la capacidad para ser consciente y actuar en torno a su propio deseo (ahora descontaminado), etc.
Todo esto no se puede hacer de la noche a la mañana, pues si el mecanismo adictivo tardó toda una vida en engranarse, no se puede extirpar como si fuese un tumor. Esto es difícil de entender a veces por parte del paciente y su familia, que desean mejorías más o menos inmediatas. El adicto centra su demanda en otra medicación que le quite el malestar que le produce la droga. La familia confía en que el profesional le saque de la cabeza esa extraña obsesión que escapa a toda lógica. Ambos caminan necesariamente hacia el fracaso de sus expectativas. Sin embargo, no está todo perdido. Ni la medicación ni el profesional tienen el poder de cambiar a nadie, pero hay posibilidad de que un buen acompañamiento desemboque en que el sujeto vaya recuperando las responsabilidades que escaqueó. En éste sentido, no ayuda la moda reciente de concebir a la adicción como una enfermedad, como algo que atrapa al sujeto y le hace ajeno a su voluntad. Esta concepción virológica de la adicción supone el riesgo de des-responsabilización del sujeto en relación a su propio mal y le hace mirar hacía un lugar equivocado: el mal que aqueja al sujeto no es la sustancia, sino el sujeto mismo y su constitución particular. Desde éste punto de vista, el “enemigo” es otro, y el tratamiento también. Ya no es erradicar la sustancia por encima de todo, sino ayudar al sujeto a realizar un viraje subjetivo que le coloque como centro de su mirada, que le anime a preguntarse qué pasa con su persona, qué pasa con su vida y cómo es que vive como vive. Preguntas que ya no atañen a la sustancia, sino al propio sujeto, que le señalan como responsable de sus elecciones y por esa misma razón, le muestran un camino de salida. La patología adictiva se sostiene sobre una base psíquica que es la que hay que tratar.
Tratamiento de las adicciones